abraza el fulgor que arde

En la ronda de las estrellas
la noche se asoma y anda con pies de bruma,
trae cinco jazmines entre el perfume dulce
de la cadera y la sonrisa materna,
entre los brazos paternales
                                    desde la cuna.

Los senderos crecen en verdor
cosechan músicas de grillos,
de oleaje de siesta,
de frondosos sauces entre palmas suaves y
entre cadencia de escritos de poetas.
Una mujer despierta:
a su vera aguardan aquellas figuras sombreadas
con agilidad de libélulas, danzarinas
del aire con musculatura que escapa
de las manos de Rodin.
La niña prepara elíxir con las frutas
que le obsequia un sol de otoño,
bebe el cítrico néctar y abre la garganta,
el rocío le refresca los dientes
y acerca a su pecho la prepotencia del latido
                              urgente
del galope que muerde el hueso
y dibuja pétalos de aljaba y albahaca
en este lienzo,
en este presente.
Una mujer acomoda su beso este día,
lo acicala, lo colma de memoria y amor y lo envía
con la fuerza del mar, al cielo.
La mujer canta, escribe, baila,
estira la espina y sube desde el brote
donde duermen las hormigas
hasta donde nacen las montañas.
Una amiga dibuja sueños en el cristal
tararea la simpleza del balcón mientras
las flores perfuman sus tardes a cambio del agua.
Mi amiga, pilar de su vida, lleva cinco poemas
entre los pliegues de sus cuadernos,
mientras besa los colibríes y abraza el fulgor que arde, cuando abre los ojos frente al espejo
y en su arteria esculpe sobre la piel de la frambuesa
                                        otro verso.

susana luisa anahí vidal

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