Puede ocurrir, —y a veces con frecuencia—
que uno se sienta como despellejado
sin la barrera de la piel, en contacto directo
en carne viva, a nervio desnudo
con el extraño ser de la belleza.
¿Qué hacer? Es necesario
recibir al fugaz visitante
con cierto disimulo.
¿Qué diría la gente
si nos vieran caer de rodillas —¡y dan ganas!—
por tres gotas de música
por un tono pefecto
por una linea pura?
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